sábado, 6 de diciembre de 2008

Tomás de Aquino

[N. del E.: CyF, viernes 7 de marzo de 2008]


En los primeros días de noviembre de 1273 comienza Santo Tomás con el tratado de la Penitencia. Dicta y escribe varias cuestiones a la vez. El día 5 de diciembre termina dictando la cuestión 90, que versa sobre las partes de la Penitencia en general. En la mañana del día siguiente, el 6 de diciembre de 1273 cuando celebró la misa de la Festividad de San Nicolás en la capilla del convento de Nápoles dedicada a ese santo, vivió una profunda transformación (fuit mira mutatione commotus). Ha tenido un arrobamiento muy prolongado y ha derramado muchas lágrimas. Está como fuera de sí. Como era su costumbre, oye otra Misa, pero no ayuda en ella. Quieto, de rodillas, no hace más que llorar, aunque no está triste... A partir de allí, habiendo llegado al tratado de la Penitencia de la tercera parte de la Summa, dejó de escribir y dictar a sus ayudantes (et post ipsam Missam numquam scripsit neque dictavit aliquid, imno suspendit organa scriptionis in tertia parte Summae, in tractatu de Poenitentia).

Al regresar a su celda, fray Reginaldo de Piperno, su fiel amigo, secretario y confesor, y los demás escribientes, se presenta ante Tomás para continuar el trabajo. Fray Tomás amablemente les dice que no puede continuar. Los escribientes dejan al Aquinate con Reginaldo.

Asombrado, mira a su alrededor. Sorpresa. La mesa de trabajo de fray Tomás está vacía: los códices, los papeles, las plumas, los tinteros están en un armario. Tomás está arrodillado en el suelo llorando. Fray Reginaldo le pregunta: "Padre, ¿por qué has abandonado un trabajo tan grande (se refería a la Summa Theologica), comenzado para alabar a Dios e iluminar al mundo?" (Pater, quomodo dimisistis opus tam grande quod ad laudem Dei et illuminationem mundi coepisti?). Tomás le contesta: "Reginaldo, no puedo más..." (Raynalde, non possum...). Día tras día, se repite la conversación.

Pasada una semana, Reginaldo, temiendo que la salud mental de su amigo estuviese en peligro debido a los ayunos y el esfuerzo intelectual grandísimo al que se sometía, le rogó que siguiera su gran obra. Pero Tomás exclamó: "No puedo. Todo lo que he escrito me parece paja comparado a lo que he visto y me ha sido revelado" (Non possum quia omnia quae scripsi videntur mihi paleae respectu eorum quae vidi et revelata sunt mihi).

Unos días después, entre el prior de San Domenico, fray Reginaldo y el médico del convento deciden enviar a Tomás con su hermana Teodora, la condesa de Mársico, a su castillo de San-Severino, residencia invernal al norte de Salerno. Pensaban que de esa forma, con un poco de descanso y distracción, podría reponerse del agotamiento en que se hallaba.

Tomás, Reginaldo y Giacomo de Salerno se pusieron en camino tomando la vía Popilia, que pasaba por Pompeya, Salerno, Nocera y Rota. Debido al estado de las salud de Tomás, deben detenerse varios días en el convento dominico de Salerno. A pesar de todo, Tomás participa en todos los actos de la comunidad, incluso en los maitines de la noche, después de los cuales todavía se quedaba rezando por largo tiempo frente al altar mayor. Fray Reginaldo y fray Giacomo lo ven arrobado y elevado más de dos codos sobre el suelo.

Después del descanso, reanudaron su viaje, arribando al castillo de San Severino días antes de Navidad. Su hermana corrió a saludar a su hermano. Éste apenas le habló mientras estuvieron juntos, limitándose a contemplarla en silencio. Alarmada, le preguntó a Reginaldo: "¿Qué molesta a mi hermano fray Tomás? Está fuera de sí y no me dirige palabra." Reginaldo responde: "El Maestro frecuentemente sufre raptos de su espíritu cuando se sumerge en la contemplación, pero nunca tanto como ahora lo he visto ajeno a los sentidos" (Frequenter Magister in spiritu rapitur, cum aliqua contemplatur, sed nunquam tanto tempore sicut nunc vidi ipsum sic a sensibus alienum).

La condesa hizo lo imposible por reanimar a su hermano. Pasada la Navidad, se despiden de la hermana de Tomás y emprenden el regreso a Nápoles. Teodora, muy desolada, lo ve partir... algo le dice que no lo volverá a ver, nos dice fray Bartolommeo de Capua en el Proceso.

Hacia fines de diciembre de ese año regresan a Nápoles. Alrededor de Tomás y su socio Reginaldo se encuentra el acostumbrado grupo de hermanos y amigos: Guillermo de Tocco, Jacobo de Caiazzo, Juan de Boiano, Leonardo de Gaeta y Pedro de San Felice, entre los religiosos de su orden, y Juan Blasio, Juan Coppa, Juan de Gaeta y Pedro Brancaccio, entre los laicos. También sus servidores, hermanos de la orden y admiradores devotos, Bonfiglio Coppa y Giacomo de Salerno, quienes a menudo se escondían y espiaban al Doctor. Quizás a través de estos últimos nos ha llegado la historia según la cual en cierta ocasión mientras Tomás rezaba una "estrella luminosísima entra por la ventana y se detiene un momento sobre la cabeza de fray Tomás".

A comienzos de 1274, el Sumo Pontífice, Gregorio X, convocó un Concilio, el segundo a celebrarse en Lyon. A él acudirían Buenaventura de Bagnorea, Alberto Magno, Pedro de Tarantaise y los más grandes teólogos de ese tiempo. También estarían presentes los embajadores del Emperador de Oriente Miguel Palaeologos y los prelados ortodoxos griegos con la intención de poner fin al cisma que ya llevaba formalmente dos siglos. La primera sesión se fijó para el 1º de Mayo de 1274. El Papa le pidió a Tomás que trajera el Contra Errores Graecorum que había compuesto tiempo antes en 1263 mientras se hallaba en Roma.

A pesar de sentirse enfermo, Tomás de Aquino salió de Nápoles a fines de enero. Se le pidió a fray Reginaldo, su fiel amigo, que cuidara especialmente de su compañero; también enviaron a fray Giacomo de Salerno con ellos.

Al pasar por la ciudad de Teano se les unen el señor Guillermo, abad de Teano, que después será obispo allí, y un sobrino suyo, Rodifredo, que luego fue deán. Tras abandonar la ciudad y bajando la cuesta hacia Borgonuovo, Tomás sufre un golpe en la cabeza con una rama de un árbol caído en el camino. A la pregunta de fray Reginaldo sobre su salud, contestó que sólo se había hecho un rasguño. Y como trastornado (fere stupefactus) el maestro quiere proseguir viaje.

En el camino, Reginaldo lo distraía diciéndole: "Ud. y fray Buenaventura serán nombrados cardenales, lo que redundará en un gran beneficio para nuestras órdenes". Tomás salió del estado contemplativo en que se hallaba diciendo en forma muy lúcida: "Reginaldo, puedes estar seguro de que seguiré tal como soy" (Raynalde, sis securus quod ego numquam in perpetuum mutabo statum).

Al pasar por la Abadía de Montecasino, los monjes lo invitan a detenerse y le proponen una cuestión a partir de un pasaje de San Gregorio Magno sobre las relaciones entre pre-ciencia divina y libertad humana. Tomás contesta verbalmente. El comentario será copiado diligentemente por los monjes al margen del texto del Papa: con gran lucidez el Aquinate pone en evidencia que la diferencia de planos no implica ninguna relación de necesidad de uno sobre otro. Ver a alguien realizar un acto no significa obligar a cometerlo. Y sin embargo, el último Misterio sigue siendo mayor que nuestro corazón...

"In finem nostrae cognitionis Deum tamquam ignotum cognoscimus" (In Boetium de Trinitate, q. 1, a. 2, ad 1um).

Se detienen en el Castillo de Maenza, en Minturno, al norte de Terracina, donde se encontraba su sobrina Francisca, casada con el conde Anibaldo de Ceccano. Aquí ocurrió un extraño hecho. Tomás enferma y ya casi no come. Llamado el médico, Juan de Guido, y preguntándole qué alimento le apetecía, respondió que comería arenques frescos, como los había comido en Francia. El médico quedó contrariado, proque allí no se podían encontrar arenques frescos. Fray Reginaldo fue a la plaza del castillo, encontrando a un repartidor o vendedor ambulante de pescado, llamado Bordonario, que venía de Terracina con unas cestas de pescado y, preguntándole qué peces llevaba, le contestó: llevo sardinas. El fraile le hizo abrir las cestas, quizás Tomás no se daría cuenta de la diferencia en el estado en que estaba, y encontró una llena de arenques frescos. El vendedor de los peces aseguraba que el había comprado sardinas, pues en aquellas tierras nunca se hallaban arenques frescos. Fray Reginaldo fue corriendo a dondé estaba fray Tomás y le dijo: "Maestro, Dios ha cumplido vuestra voluntad y tenéis lo que deseáis, porque se han encontrado arenques frescos". Y él contestó: "¿De dónde han venido y quien los ha traído aquí?", a lo que contestó el socio: "Dios os los envía".

Con renovadas fuerzas, puede aún celebrar Misa, y lo hace con extraordinaria intensidad, en medio de copiosas lágrimas. En casa de su sobrina, revive el recuerdo de sus hermanos: Rinaldo, caballero y poeta, ajusticiado por el Emperador por su apoyo al Papa; Landolfo, cruzado apresado y liberado gracias al Papa; Marota, monja de Santa María de Capua; Teodora, casada con Ruggero de San Severino y madre de Tomás, futuro dominico; María, casada con Guillermo de San Severino y madre de Catalina de Morra, fuente de invalorables datos para los biógrafos de nuestro santo; Adelaisa, casada con Ruggero d'Aquila, fallecido años antes, y la pequeñita fulminada por un rayo cuyo nombre no nos ha llegado.

En esta época habría sido envenenado por un enviado de Carlos d'Anjou, rey de Nápoles, hipótesis a la que da crédito Dante Alighieri: "Carlos vino a Italia, y por enmienda hizo víctima a Conradino y después envió al cielo a Tomás por enmienda" (Purgatorio XX, 67-69).

En Maenza lo visitaban amigos de todo el sur de Italia, el prior cisterciense de Fossanova con varios monjes, algunos frailes franciscanos y dominicos de los conventos cercanos, así como varios laicos. Sin embargo, su enfermedad se agravó y sólo atinó a pedir que lo llevaran a la Abadía cisterciense de Santa María en Fossanova (diócesis de Terracina): "Si el Señor vendrá a visitarme, es mejor que me encuentre en una casa de religiosos que en casa de laicos" (Si Dominus voluerit me visitare, melius est quod reperiar domo religiosorum quam in domibus saecularium). Su sobrina Francisca lo ve partir con mucha pena.

Allí, en Fossanova, "yació enfermo casi por un mes", amorosamente cuidado por los monjes cistercenses. Lo primero que hizo a pesar de su estado, fue rezar frente al Santísimo Sacramento. De la iglesia se dirigió al claustro y, apenas puso sus pies en él, apoyó su mano derecha sobre una columna, mientras dijo con voz clara: Haec requies mea in saeculum saeculi; hic habitabo, quoniam elegi mea ("Aquí está mi reposo para siempre, en el me sentaré, pues le he querido") (Salmo 131, 14).

Tan enfermo como estaba aun así tenía tiempo de celebrar la Misa. El abad Teobaldo de Ceccano lo alojó en su propia celda durante su último mes de vida. Su enfermedad empeoraba y tenía mucho frío. Los monjes se peleaban por atenderlo aunque sea en lo más mínimo como traerle leña, a pesar de sus quejas: "¿Cómo es que esa gente santa me está trayendo leña a mí?".

Los monjes rogaron a fray Tomás que les dictara una expositio del Cantar de los Cantares en imitación de San Bernardo. Su humilde respuesta fue: "Denme el espíritu de San Bernardo y obedeceré". Finalmente, ante la insistencia de los religiosos, comenzó la exposición del más misterioso de los libros de la Biblia con las palabras "Solomon inspiratus". "Yo dormía, pero mi corazón velaba. La voz de mi amado que me llama: ¡Ábreme...!" (Cantar de los Cantares 5, 2).

A comienzos de marzo empeoró notablemente. Cuando se le agotaban las fuerzas y sabía que se acercaba su fin, pidió a los monjes que le permitieran quedarse a solas con Dios. Pasó sus últimos preciosos momentos en adoración, oración, humildad, arrepentimiento y dando gracias. El 4 ó 5 de marzo, en su lecho de muerte pidió a Reginaldo que escuchara su última confesión y se le administrara el Santo Viático. Al poco tiempo, los monjes lo vieron salir diciendo: "Sólo tiene los pecaditos de un niño de cinco años".

El lunes 5 de marzo, el abad le llevó por última vez la Sagrada Comunión acompañado por toda la comunidad cisterciense de Fossanova, el obispo de Terracina con un buen número de franciscanos, y muchos religiosos dominicos provenientes de los conventos de Anagni y Gaeta. Santo Tomás se levantó de su lecho y postrado en tierra estuvo largo rato en adoración del Santísimo Sacramento, mientras recitaba el Confiteor Deo. Luego se puso de rodillas e hizo una magnífica y conmovedora profesión de fe: "Yo te recibo precio de la redención de mi alma, te recibo viático de mi peregrinaje, por amor del cual estudié, velé, trabajé, prediqué y enseñé. Nunca dije nada contra Ti, y si lo hice fue por ignorancia, no me obstino en mi error, y si enseñé algo equivocado, todo lo someto a la corrección de la Iglesia romana. En su obediencia me voy de esta vida". (Sumo te pretium redemptionis animae meae, sumo te viaticum peregrinationis meae, pro cuius amore studui, vigilavi et laboravi et praedicavi et docui; nihil umquam contra te dixi, sed si quid dixi ignorans, nec sum pertinax in sensu meo; sed si quid male dixi, totum relinquo correctioni Ecclesiae Romanae).

Permaneció recostado sobre las cenizas hasta terminar su acción de gracias. Luego, estando en condiciones de plena lucidez, pidió la Extrema Unción y rogó por las oraciones de los presentes. Las últimas palabras que se le escucharon fueron: "Pronto, pronto el Dios de todo confort completará sus mercedes en mí y llenará todos mis deseos. En poco estaré saciado en él, y beberé en el torrente de sus delicias, seré embriagado por la abundancia de su casa, y en Él quien es la fuente de toda vida tendré la verdadera luz".

Viéndo en llanto a los monjes y a su amigo Reginaldo, los confortó diciéndoles que la muerte era su ganancia y su gozo. Reginaldo le comentó que le hubiese gustado verlo triunfar sobre todos los enemigos de la Iglesia en el Concilio en Lyons. El Santo respondió: "He rogado a Dios, como mayor favor, morir como simple religioso, y ahora se lo agradezco. Es un mayor beneficio de lo que ha concedido a muchos de sus santos servidores, el que me llame fuera de este mundo tan temprano para entrar a su gozo, por lo tanto no tengan pena por mí que estoy lleno de gozo".

Dio las gracias al abad y a los monjes de Fossanova por su caridad hacia él. Uno de ellos le preguntó de qué modo debemos vivir fielmente a la gracia de Dios. Respondió: "Les aseguró que aquél que pueda caminar fielmente en su presencia --siempre dispuesto a dar respuesta por sus acciones-- nunca será separado de Él consintiendo en pecar". Estas fueron sus últimas palabras a un hombre, de ahí en más sus palabras fueron únicamente para Dios.

Poco después de la medianoche del miércoles 7 de marzo de 1274, sin agonía y con plena lucidez, juntas las manos en actitud orante, dio su último suspiro. "El mencionado doctor murió en el año del Señor de 1274, cuarto del reinado del papa Gregorio X, año 49 de su vida, la mañana del 7 de marzo." (Obiit autem praedictus Doctor anno Domini millesimo ducentesimo septuagesimo quarto, Papae Gregorii X anno quarto, anno vero vitae XLIX, indictione secunda, septimo die Martii, hora matutinali).

Comentarios:
Blogger CHESTERTON said...

¡Excelente Fierro!

Hay un libro de "reciente" aparición que versa sobre el posible envenamiento del Santo. Quizás ud., tenga presente el título de la obra.

Saludos!

10:05 PM
Blogger Cruz y Fierro said...

Estimado Chesterton: No conozco el libro en cuestión. Lo del envenenamiento que dice el Dante puede explicarse tal vez por que éste fue gibelino, mientras que Carlos de Anjou (el hermano de San Luis que fue rey de Nápoles) fue el jefe del partido güelfo en la generación anterior.


No hay comentarios: