[N. del E.: CyF, domingo 12 de octubre de 2008]
El Nacionalismo argentino es, desde hace unos años, azotado por diversos ataques que lo convierten en un tópico de un debate de nunca acabar. Pero de un debate sesgado y parcial. Un debate donde los protagonistas (o sus continuadores) pocas veces tienen la posibilidad de participar o donde, a lo sumo, se los invita cuando ya están “de vuelta” con el único fin de que aporten artillería contra su objeto de estudio.
Más curioso es el hecho de que las acusaciones que se dirigen contra el Nacionalismo argentino suelen ser contradictorias entre ellas mismas.
Así, para algunos, los nacionalistas serían oligarcas desesperados por mantener el régimen conservador; al mismo tiempo que otros hacen burla del buen número de hijos y nietos de inmigrantes en sus filas.
Entre los “estudiosos” del Nacionalismo argentino los hay para quienes éste es una mera copia local de una moda foránea de la década de 1930 (“los fascismos”); mientras que, para otros, el fenómeno fue una nueva forma de salvajismo incivilizado heredero de la Mazorca rosista y las montoneras federales.
Hay quienes consideran el fenómeno nacionalista como “la típica reacción” de la pequeña burguesía frente a las recurrentes crisis del capitalismo y, otros, al mismo tiempo, que lo ven como una manifestación de la desesperación de las clases agro-exportadoras que ven peligrar su posición de privilegio ante el aparición de la burguesía, la avalancha inmigratoria, el crecimiento de las izquierdas y la democratización de la Ley Sáenz Peña.
Y los tópicos contradictorios siguen y siguen hasta el infinito.
Se acusa al Nacionalismo de abrir la puerta al populismo de Perón y, al mismo tiempo, de no comprender el fenómeno social del Peronismo.
Se alega la supuesta violencia de los nacionalistas; pero se considera que “sus” muertos, heridos, presos y detenidos (muchos de ellos simples obreros, empleados, comerciantes, profesores, periodistas o científicos) se lo merecían por cometer alguna clase de crimen ideológico.
Desde algunas posturas más o menos cercanas se reprocha al Nacionalismo supuestamente no haber sabido articularse políticamente (esto es, conformar un partido) y se ignoran las numerosas ilegalizaciones a que fue sometido desde su nacimiento.
Se acusa también a los nacionalistas de no respetar las instituciones, al mismo tiempo que se pretende expulsarlos de cualquier cargo o función estatal que alguno detente—aunque haya sido obtenido de carrera o por concurso—en la Justicia, el Conicet, las Universidades, el Servicio Exterior y un larguísimo etcétera.
Uno de estos tópicos más repetidos alega que los nacionalistas cooperaron en los gobiernos de facto, pero luego si uno revisa las nóminas de funcionarios civiles y militares de estos regímenes, lo que predominan son conservadores, liberales, radicales, democristianos, demo-progresistas y, hasta, peronistas, socialistas y comunistas.
Finalmente, parece que siempre es útil tener a los nacionalistas a mano para acusarlos de lo que sea, desde ser cómplices de las “desapariciones” hasta ayudar con la logística para colocar una bomba en una mutual judía. Parecería que toda la sociedad argentina es fascista; aunque, claro, el nacionalismo, se dice también, es (y fue) minúsculo y marginal.
No importa que los hechos lo desmientan, lo importante es mantener el manto de sospecha sobre el Nacionalismo argentino.